María Rojo, una de las grandes figuras del cine y la televisión mexicana, ha dejado una huella profunda en la cultura del país con su talento y dedicación a la actuación. Sin embargo, detrás de su éxito y fama se encuentra una vida marcada por desafíos personales y dificultades que la han moldeado tanto en lo profesional como en lo personal. Desde una infancia difícil hasta enfrentar trastornos como la dislexia, María Rojo ha sido una sobreviviente y una inspiración para muchas generaciones de mexicanos.
Nacida el 15 de agosto de 1943 en la Ciudad de México, María llegó al mundo de una manera peculiar: su madre, Águeda Inchaustegui, hizo todo lo posible para que naciera en la festividad de las Marías, y así fue. María nació a las 00:05 horas, justo antes de que se celebrara el Día de la Virgen María. Esta fecha sería solo el comienzo de una vida llena de retos, pero también de logros extraordinarios.
La ausencia de su padre marcó profundamente la infancia de María. Criada por su madre, una mujer culta y de ideas progresistas, María enfrentó una serie de obstáculos que le impusieron un peso emocional considerable. Desde pequeña, sufrió la falta de una figura paterna, y este vacío afectó su percepción de sí misma. Su padre, el ingeniero agrónomo Roberto Rojo, se había separado de su madre cuando ella era aún una niña, dejándola en una situación de vulnerabilidad emocional. Sin embargo, fue este dolor el que, en lugar de frenarla, la impulsó a perseguir sus sueños con determinación.
María Rojo fue diagnosticada con dislexia cuando aún era niña, lo que le causaba grandes dificultades para leer, escribir y recordar detalles. Esta condición le ocasionó momentos de rechazo por parte de sus compañeros, y su madre, aunque con buena intención, a veces la tildaba de “tonta” debido a su tendencia a olvidar palabras y mezclar conceptos. A pesar de estos obstáculos, María encontró en el teatro una forma de escapar y sanar.
En la primaria, descubrió su pasión por la actuación, y fue gracias a su maestra de tercer grado, Berta Prado, que comenzó a formarse como actriz. La maestra la introdujo al mundo del teatro y la llevó a audicionar en los estudios de televisión. A los 10 años, ya era una estrella infantil en el programa Teatro Fantástico, donde interpretaba a “Chiquiri”, un personaje entrañable.
A lo largo de su carrera, María Rojo se destacó no solo por su habilidad actoral, sino también por su capacidad para interpretar papeles complejos y profundamente humanos. A pesar de las dificultades que enfrentó en su vida personal, tales como la dislexia, el rechazo de su padre y sus primeras experiencias amorosas que no fueron fáciles, siempre encontró la manera de convertir su dolor en energía creativa. Esta habilidad para canalizar sus emociones en su trabajo la convirtió en una de las actrices más destacadas de su generación.
En su juventud, María decidió estudiar actuación en la Universidad Veracruzana, en Xalapa, donde perfeccionó su técnica bajo la dirección de Manuel Montoro. Durante esta etapa, también formó parte de la compañía teatral de la universidad, donde se especializó en las artes dramáticas y el teatro clásico. A lo largo de los años, María desarrolló una extensa carrera cinematográfica, donde dejó su huella en diversas producciones que marcaron la historia del cine mexicano.
María Rojo fue parte de algunos de los proyectos más emblemáticos del cine mexicano de las décadas de 1960 y 1970. Participó en películas como El Castillo de la Pureza (1973), dirigida por Arturo Ripstein, y Los Cachorros (1973), dirigida por Jorge Fons.
En 1975, fue parte de la película El Apando, un drama social dirigido por Felipe Cazals, donde interpretó una de sus escenas más emblemáticas y controversiales, una escena desnuda completa. Aunque este tipo de papeles fueron vistos como desafiantes, María nunca se sintió incómoda con la desnudez, ya que fue criada en un ambiente donde la cultura y el arte la ayudaron a despojarse de los prejuicios.
La carrera de María Rojo continuó evolucionando, y en la década de 1990, alcanzó una de sus cumbres más altas con la película Danzón (1991), dirigida por María Novaro. En este proyecto, interpretó a una mujer en busca de su libertad y su identidad, un papel que se convirtió en uno de los más queridos por sus fans. A lo largo de su carrera, María también trabajó con destacados directores como Jaime Humberto Hermosillo, quien la consideró su musa y con quien compartió una profunda conexión artística.
Más allá de su éxito profesional, María Rojo siempre se ha mantenido humilde y agradecida por las oportunidades que la vida le ha brindado. A pesar de los premios y reconocimientos que recibió a nivel internacional, en su país no siempre gozó del mismo nivel de aprecio, especialmente durante la época del cine de ficheras, un género que aunque la catapultó a la fama, también estuvo envuelto en controversias sobre su contenido erótico.
La vida personal de María Rojo también fue compleja. Se casó a los 17 años con Enrique Esquivel, pero el matrimonio fue efímero y terminó en divorcio al año siguiente. Más tarde, encontró un amor más duradero en el actor Juan de Dios Núñez, con quien tuvo a su hijo Santiago, quien se convirtió en el centro de su vida. María compartió que su relación con Juan de Dios fue profunda, pero también estuvo marcada por momentos de dificultad, incluyendo la experiencia traumática del movimiento estudiantil de 1968, cuando ambos vivieron de cerca la represión en Tlatelolco.
A lo largo de su vida, María ha enfrentado situaciones difíciles con dignidad y perseverancia. A pesar de las luchas internas y las pérdidas emocionales que la marcaron desde su infancia, ha sabido sobreponerse y construir un legado artístico que sigue siendo relevante hasta el día de hoy. Hoy en día, María Rojo sigue siendo una figura venerada en el cine mexicano, un ejemplo de fortaleza, pasión y amor por la interpretación.
María Rojo no solo ha sido una gran actriz, sino también una mujer que ha sabido convertir sus adversidades en triunfos. Su historia es un testimonio de que, a pesar de los retos que la vida nos impone, siempre hay espacio para la reinvención y la superación. A través del teatro, el cine y la televisión, ha dejado una marca indeleble que continúa inspirando a nuevas generaciones.