En el último episodio, una intensa discusión estalla entre Ángela Aguilar y Cazú, que culmina en un momento de confrontación que deja a todos atónitos. La tensión se vuelve palpable, y una fuerte cachetada resuena en la habitación. ¿Realmente se lo merecía Cazú, o Ángela actuó de manera imprudente? Mientras reflexionas sobre este dilema, no olvides suscribirte y darle “me gusta” para estar al tanto de todos los detalles.

La luz del sol de la mañana entraba suavemente por las ventanas de la cocina, iluminando el ambiente con un resplandor cálido y acogedor. Sin embargo, había una tensión en el aire, un peso invisible que ni Ángela ni Cristian podían ignorar. Ambos se sentaron a desayunar en un silencio cargado, apenas cruzando miradas. Cristian, aún procesando lo ocurrido el día anterior, movía distraídamente su cuchara en el café. Por su parte, Ángela, con la mente despejada tras haber descansado, parecía más centrada en sus propias reflexiones.

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Finalmente, fue Ángela quien rompió el silencio, su voz sonando serena pero cargada de determinación. “He estado pensando mucho sobre lo que ocurrió ayer”, dijo. Cristian, que ya esperaba una conversación difícil, suspiró y asintió, dejando la cuchara a un lado. “Sí, ya lo sé”, respondió, intentando mantener la calma. “Lo que hizo Cazú fue terrible. Te prometo que no la dejaré venir más. No tiene ningún derecho a aparecerse así en nuestra vida. Me encargaré de que esto no vuelva a suceder”.

Pero Ángela negó con la cabeza, sus ojos fijos en el café que tenía frente a ella. Su voz se volvió más firme. “No es eso”. Cristian hizo una pausa, tomando aire para expresar lo que había decidido durante la noche. “He reflexionado mucho, y creo que lo mejor para mí, para nosotros, es que nos tomemos un tiempo”.

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Cristian quedó paralizado, sintiendo como si el mundo se detuviera en ese instante, como si el aire en la habitación se volviera pesado y difícil de respirar. “¿Qué?”, preguntó con incredulidad, sus ojos llenos de confusión. “¿Un tiempo? Ángela, ¿qué estás diciendo?”. Ella respiró profundamente, buscando las palabras correctas. “Quiero construir una familia, una familia con estabilidad y paz. Pero entre tu adicción al alcohol, los problemas que tienes con Cazú y todo lo que ha pasado, siento que no puedo. Necesito alejarme de todo esto por un tiempo. Necesito encontrar claridad”.

Sus palabras eran tranquilas, pero cada una llevaba el peso de la tristeza que sentía. Cristian la miró paralizado, incapaz de comprender lo que escuchaba. Balbuceó, su voz temblando: “Mi amor, no puedes decirme esto ahora. Acabas de recuperar todos tus recuerdos. No es el momento de huir. Tenemos todo lo que necesitamos para ser felices. Estamos juntos y podemos superar esto”.

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Ángela alzó la mirada hacia él, sus ojos llenos de tristeza, pero también de una profunda convicción. “Cristian”, susurró, conteniendo las lágrimas. “No estoy huyendo. Estoy tomando una decisión que me duele, pero es la correcta. Lo que pasó me abrió los ojos. Tu lucha con el alcohol, los problemas con Cazú y lo que hemos vivido… Yo no puedo seguir en esta espiral. Quiero una vida tranquila y estable, donde podamos construir algo sin tanta tormenta alrededor”. Hizo una pausa, su voz quebrándose ligeramente. “Y ahora mismo, no lo veo posible contigo”.

Cristian se levantó de golpe, su corazón latiendo desbocado, incapaz de aceptar lo que estaba escuchando. “No puedes hacer esto”, exclamó, con los ojos llenos de desesperación. “No puedes irte ahora. Hemos pasado por tanto. Mira lo del alcohol. Estoy luchando, estoy mejorando. Te lo juro. No puedes simplemente irte”.

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Ángela también se levantó, pero su expresión no cambió. Mantuvo la calma, aunque el dolor era evidente en cada palabra que pronunciaba. “Lo he decidido”. Cristian se dirigió hacia las escaleras, dando pequeños pasos que parecían pesar toneladas. “Necesito tiempo para mí. Necesito espacio para pensar en lo que realmente quiero, para encontrar paz lejos de todo esto. No puedo seguir luchando contigo por algo que ni siquiera tengo claro”.

Se acercó a ella, su voz llena de súplica. “No, Ángela, por favor”, dijo casi en un susurro, agarrándola del brazo suavemente. “No te vayas. Puedes hacer esto. Por favor, no puedes irte así. No ahora”. Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas, pero su decisión ya estaba tomada. “No te quiero ver durante un buen tiempo. Esto es lo mejor para mí y también para ti”.

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Cristian sintió que su mundo se desmoronaba. El amor de su vida se alejaba de él, y no había nada que pudiera hacer para detenerla. Todo lo que había intentado, todos sus esfuerzos, parecían desvanecerse en ese instante. Balbuceó, roto: “Yo te amo, Ángela. No puedo imaginar mi vida sin ti. Por favor, no me dejes. Podemos superar esto, lo sé. Solo necesitamos tiempo juntos”.

Ángela cerró los ojos por un momento, tratando de mantener la compostura. “Cristian, no es solo amor. Lo que necesitamos es estabilidad, y ahora mismo no la tenemos”. Dio un paso hacia la escalera mientras él la observaba, su corazón roto al verla alejarse, al darse cuenta de que por más que lo intentara, no podría detenerla.

Ella murmuró apenas audible mientras la veía desaparecer al final del pasillo. Se quedó allí inmóvil en el centro de la cocina, con el corazón roto, tratando de asimilar que la mujer que amaba estaba a punto de salir de su vida. En ese momento, comprendió que a pesar de todo lo que había hecho, quizás no era suficiente.

El sonido de una maleta rodando sobre el suelo resonaba en la casa de Cristian Noal en Texas, un eco que parecía marcar cada segundo del tiempo que se agotaba. Ángela estaba lista para irse, con el rostro cubierto de una profunda tristeza y una resolución silenciosa. Se había cambiado y había recogido todas sus pertenencias. Ahora se dirigía a la puerta, donde una despedida inevitable la esperaba. Cada paso hacia la salida era como un latido del corazón de Cristian, cada vez más lento y doloroso, como si el mundo que había construido a su lado se estuviera desmoronando poco a poco.

Cristian, con el corazón hecho añicos, la observaba desde el fondo del pasillo. Sabía que la perdería en unos minutos, pero su mente se negaba a aceptar esa realidad. Con los ojos nublados por las lágrimas que luchaba por contener, se acercó a ella, desesperado por una última oportunidad. “Ángela”, dijo su voz quebrándose. “¿Por qué me haces esto? Estoy haciendo todo lo que puedo. Me estoy esforzando, lo sabes”.

Se detuvo, tragando saliva y tratando de recuperar el control. “He dejado de beber por ti. He vencido a mi demonio”, su voz se hizo más suave, casi una súplica. “Estoy haciendo las terapias como me aconsejó tu papá, Pepe. Por favor, no te vayas”.

Ángela se detuvo frente a la puerta, con la mano temblorosa sobre la maleta. Cerró los ojos por un momento, dejando que las lágrimas que había estado conteniendo cayeran suavemente por su rostro. Cada palabra de Cristian era como un puñal en su pecho. Pero sabía que no podía quedarse. No ahora, no cuando aún no tenía la estabilidad que necesitaba.

Se giró lentamente, con los ojos llenos de dolor y cansancio. Con la voz quebrada, le respondió: “Cristian, solo llevas dos días sin beber. ¿Crees que con eso demuestras algo?”. Sus palabras no eran crueles; estaban llenas de una dolorosa verdad. “No es suficiente. No es suficiente para todo lo que hemos pasado”.

Cristian dio un paso hacia ella, su rostro reflejando la desesperación de un hombre que no sabía cómo detener el colapso de todo lo que amaba. “¿Dos días?”, preguntó casi incrédulo. “Pero voy a seguir. Estoy comprometido contigo. Estoy luchando. Haré lo que sea por ti, por nosotros”.

Ángela negó con la cabeza, las lágrimas cayendo más rápido ahora. Cada lágrima era como una pequeña grieta más en su corazón. “Necesito más que promesas, Cristian”, dijo su voz llena de dolor. “Necesito paz, estabilidad, algo que tú aún no puedes darme. Te quiero, pero no puedo quedarme aquí viendo cómo intentas luchar mientras yo también me rompo por dentro”.

La tristeza se mezclaba con la angustia en su rostro mientras intentaba explicarle que la decisión que había tomado no era solo por él, sino por ella. Por su bienestar mental y emocional. Sabía que quedarse en este momento solo significaría más dolor para ambos.