Joaquín Pardavé, uno de los grandes íconos del cine mexicano, dejó una huella profunda en la Época de Oro del cine nacional. Nacido en Pénjamo, Guanajuato, el 30 de septiembre de 1900, provenía de una familia con un sólido legado artístico. Su padre, Joaquín Pardavé, fue un destacado barítono y primer actor, mientras que su madre, Delfina Reyna, fue una de las figuras más influyentes en el teatro infantil de la época. Esta herencia artística se convirtió en la base de lo que sería una vida dedicada al arte en múltiples facetas.

Desde niño, Joaquín mostró una inclinación natural hacia el espectáculo. Durante una gira teatral de sus padres, él hizo su debut en el escenario, empezando a los cinco años. Para entonces, era el año 1904, en la época en que el cine mudo comenzaba a surgir en el mundo. Al igual que Charles Chaplin, quien comenzó su carrera a la misma edad, Joaquín parecía predestinado a ser una figura de renombre en la actuación. Su infancia fue marcada por un entorno lleno de arte, rodeado de otros familiares destacados en la industria, como su prima María Tereza Montoya, una reconocida actriz de la época.

A pesar de su temprana entrada en el mundo del espectáculo, Joaquín trabajó en otros oficios antes de consagrarse en el teatro. Uno de sus primeros empleos fue como telegrafista en los Ferrocarriles Nacionales, pero el teatro pronto lo llamaría de regreso, especialmente tras la muerte de su madre. Decidió mudarse a Monterrey, donde empezó a trabajar al lado de grandes nombres como Leopoldo Beristáin y Pepe Campillo. Eventualmente, se trasladó al Teatro Casino, donde comenzó a labrar una reputación como uno de los artistas más versátiles y talentosos.

En el teatro de revista, Joaquín Pardavé se destacó como uno de los grandes, compartiendo el escenario con figuras como Roberto Soto, conocido como “El Panzón Soto”, quien era el padre del célebre comediante Fernando Soto “Mantequilla”. Su éxito fue tal que llegó a presentarse en el Teatro Esperanza Iris y en el Palacio de Bellas Artes, dos de los recintos más importantes de la época. Su consagración como estrella llegó con su participación en la revista Rayando el Sol, donde mostró un talento sin igual en sus caracterizaciones, siempre detalladas y meticulosamente cuidadas.

Un claro ejemplo de su dedicación y amor por el detalle se dio cuando interpretó a Porfirio Díaz en la obra Recordar es vivir, presentada en el Teatro Lírico. Para prepararse, pasó una semana estudiando fotografías del presidente, analizando cada uno de sus gestos y posturas frente a un espejo. La obra fue un éxito rotundo, y Joaquín Pardavé consolidó su lugar como una de las figuras más queridas en el ámbito teatral.

Aunque el teatro era su pasión, la fama lo llevaría también al cine, donde dejó una marca indeleble. Su papel más emblemático fue en la película México de mis recuerdos, en la que interpretó a Don Susanito Peñafiel y Somellera, un personaje icónico de la época porfiriana que capturó el espíritu de la época. También se destacó en su papel de “El Paisano Calibre Carbón” en otra cinta, donde demostró su habilidad para personificar personajes tan diversos como gallegos, árabes y chinos, todos ellos con un toque de humor y autenticidad que resonaba con el público.

A lo largo de su carrera, Joaquín Pardavé participó en alrededor de 73 películas y también incursionó como director. Su capacidad para actuar, bailar, dirigir y hasta componer música lo convirtió en un verdadero artista multifacético. Algunas de sus canciones, como Negra Consentida, Varita de Nardo y Ventanita Morada, reflejan su habilidad para crear melodías llenas de sabor mexicano, profundamente arraigadas en la cultura y las tradiciones del país.

En el ámbito personal, Joaquín llevó una vida sencilla y familiar. Vivía en una hermosa casa en la avenida Cuauhtémoc, en la colonia Narvarte, junto a su esposa, Soledad Rebolledo, a quien cariñosamente llamaba “Cholita”. A pesar de su apretada agenda, disfrutaba de pasar tiempo en su hogar, donde solía recibir a sus sobrinos, a quienes amaba como si fueran sus propios hijos. Sin embargo, su ritmo de vida incansable y la falta de atención a su salud le pasarían factura.

El miércoles 20 de julio de 1955, Joaquín Pardavé tenía programado asistir a una filmación en el San Ángel Inn para realizar algunas escenas. Sin embargo, la noche anterior, después de jugar boliche con algunos amigos, comenzó a sentirse mal. Tras despedirse de sus compañeros, regresó a casa, cenó con su esposa y sus sobrinos, y luego se fue a descansar. Cerca de las tres de la mañana, Joaquín se despertó sintiéndose muy mal y le comentó a su esposa que le dolía mucho la cabeza. A pesar de sus intentos por mantenerse en pie, cayó al suelo debido a un derrame cerebral que terminaría con su vida.

Su fallecimiento conmocionó a la industria del cine y del teatro. Amigos, familiares, y colegas del medio artístico se reunieron para despedir al querido actor en una ceremonia que se llevó a cabo bajo una intensa lluvia en el Panteón Jardín. La despedida fue emotiva, con lágrimas tanto de los artistas como del público, quienes recordaban sus actuaciones y su innegable carisma.

Años después, surgió el rumor de que Joaquín Pardavé había sido enterrado vivo, debido a que se decía que el actor sufría de catalepsia. La leyenda urbana afirmaba que su ataúd fue abierto en busca de un documento legal y que encontraron el paño arañado y su rostro con una expresión de horror. Sin embargo, su familia desmintió rotundamente esta historia, calificándola como una falta de respeto hacia el legado del artista. Lo cierto es que el único mito que perdura es el amor y dedicación que Joaquín Pardavé tuvo hacia el arte escénico.

Hoy, el nombre de Joaquín Pardavé sigue siendo recordado con cariño y respeto. Sus películas, canciones y personajes quedaron grabados en la memoria colectiva del pueblo mexicano, convirtiéndose en parte esencial de la historia del cine y del teatro nacional. En su última entrevista, declaró con orgullo: “Artísticamente, he de morir de pie, como los árboles”.