Alberto Rojas, conocido cariñosamente como “El Caballo,” dejó una marca profunda en el cine y teatro mexicano con su talento, humor y espíritu inigualable. Nació el 27 de marzo de 1944 en Monterrey, Nuevo León, en una familia que le inculcó valores como la humildad, el respeto y el amor por el trabajo. Desde muy joven, Alberto mostró un interés genuino por el entretenimiento, aunque en un principio no recibió el apoyo total de su familia. Fue su abuela, una mujer sabia y de carácter, quien lo motivó a seguir sus sueños diciéndole: “Si vas a hacer algo, hazlo bien”. Con esta motivación y su inquebrantable decisión, se trasladó a la Ciudad de México en busca de oportunidades en la industria del cine.

Su primera gran oportunidad llegó en 1969 con un pequeño papel en Santo en el tesoro de Drácula, una película de acción que protagonizaba el legendario luchador El Santo. A partir de este momento, su carrera comenzó a despegar, y en los años siguientes, se estableció como un actor prometedor en el género de la comedia. Participó en cintas como La pulquería, Las perfumadas, Esta noche cena Pancho, Los verduleros, entre muchas otras, en las cuales su sentido del humor y su carisma lo convirtieron en una estrella. En estas películas, solía compartir pantalla con actrices de gran atractivo como Maribel Fernández, Maribel Guardia, y Merle Uribe, entre otras. Su habilidad para interpretar personajes graciosos y sus interacciones con personajes femeninos atractivos le valieron el apodo de “El Caballo,” un apodo que aceptó con humor y orgullo a lo largo de su vida.

A pesar de la crítica que el cine de comedia recibía por su contenido simplista y a veces ridículo, Alberto Rojas defendía el valor de estas producciones. Según él, este tipo de películas proporcionaron empleo a muchas personas en la industria cinematográfica, en un momento en que el cine mexicano estaba en declive por falta de apoyo y financiamiento. Las películas de comedia erótica ofrecían al público un escape de la vida cotidiana, un respiro en medio de las dificultades económicas y sociales que atravesaba el país. Aunque este género fue criticado y considerado como una “crisis del cine mexicano,” para muchos, era una época dorada de entretenimiento y risas.

Alberto no solo brilló en el cine, sino que también demostró ser un talento detrás de cámaras al dirigir varias producciones. En 1982 dirigió su primera película, Un macho y sus muchachas, seguida de otras producciones como Un macho en la casa de citas, La jaula del pájaro, y Papito querido. Esta última obra de teatro fue una de las más importantes de su carrera, y se mantuvo en cartelera durante varios años. La historia giraba en torno a un padre que se disfraza de madre para ganarse la aprobación de los padres de la novia de su hijo, y rápidamente se convirtió en un clásico de la comedia mexicana. La popularidad de Papito querido fue tal que en 1991 se adaptó al cine, protagonizada por el actor cómico Pompín Iglesias.

Aunque tuvo un éxito notable en la pantalla grande, Alberto Rojas sentía una conexión especial con el teatro. A diferencia de otros actores de su época, rechazó varias propuestas para participar en telenovelas y programas televisivos, prefiriendo la interacción directa con el público que el teatro le permitía. Su verdadera pasión era el teatro político, donde podía abordar temas sociales y políticos de una manera satírica y humorística. Esta faceta crítica de su carrera le ganó el título de “Rey de la comedia política” en los cabarets y centros nocturnos de la Ciudad de México. Sus obras, en las que criticaba a políticos y a figuras públicas corruptas, eran bien recibidas por el público, pero también incomodaban a muchos de los poderosos a los que satirizaba.

Uno de sus espectáculos más polémicos fue Elva Ester no era guerrera, era ratera, una sátira sobre la líder sindical Elba Esther Gordillo. Su habilidad para mezclar humor con crítica política era única y le permitía conectar con la audiencia de una manera que pocos artistas podían lograr.

A pesar de la imagen de comediante irreverente que proyectaba en el escenario, en su vida personal Alberto era un hombre reservado y devoto de su familia. Estuvo casado con Lucero Reynoso durante más de 40 años, y juntos tuvieron tres hijos. Su familia siempre fue su mayor tesoro, y aunque sus personajes en pantalla fueran en ocasiones polémicos o infieles, en la vida real era un esposo y padre ejemplar. Sus colegas en el mundo del espectáculo lo describían como una persona generosa y apasionada por su trabajo, un hombre de corazón noble que amaba a los animales y a la vida tranquila fuera de los reflectores.

En sus últimos años, la salud de Alberto comenzó a deteriorarse. En 2015, tras varios exámenes médicos, le diagnosticaron una enfermedad grave. A pesar de someterse a diversas cirugías y tratamientos médicos, el actor continuó trabajando en el teatro, impulsado por su amor por la actuación y el compromiso con su público. Luchó hasta el final y nunca dejó de presentarse en el escenario, demostrando su valentía y dedicación a su arte. Finalmente, el 21 de febrero de 2016, Alberto Rojas falleció a los 71 años en la Ciudad de México, rodeado de su familia.

Su muerte fue un duro golpe para el mundo del entretenimiento en México, pero su legado sigue vivo a través de sus películas, obras de teatro y su impacto en la cultura popular. Su hija Lucía Rojas ha hablado en entrevistas sobre el orgullo que siente por el legado de su padre, recordando cómo él siempre defendió la comedia como una forma de arte y cómo, a pesar de las críticas, él se mantuvo fiel a sus principios y su estilo único.

Alberto Rojas, “El Caballo,” fue un verdadero ícono de la comedia y el teatro en México. Su vida y su carrera son un testimonio de su pasión por el entretenimiento y su compromiso con su público. Aunque ya no está entre nosotros, su influencia y su recuerdo perduran en el corazón de todos aquellos que lo conocieron y disfrutaron de su trabajo. La historia de Alberto Rojas es un ejemplo de cómo el humor y la crítica pueden ser herramientas poderosas para enfrentar la realidad y hacer reír en tiempos difíciles.