Una mujer le da una dura lección a su esposo, después de que él la abandonara y tuviera una aventura romántica con una mujer mucho más joven.
“¿Divorcio? Juan, ¡dime que no hablas en serio!”. Natalia explotó cuando su esposo anunció que estaba cansado de su monótona vida y quería comenzar a vivir como un hombre libre.
Juan sonrió. “¡Por favor, Natalia! Ambos sabemos que no queda nada entre nosotros. No quiero pasar lo que me queda de vida a tu lado. Quiero ser libre y conocer a alguien, una mujer hermosa y atractiva… ¡Que no esté siempre de mal humor como tú! Entonces, sí, me quiero divorciar de ti”.
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“¿Y crees que te dejaré libre tan fácilmente? ¡Eso no pasará, Juan!”, amenazó Natalia. “Quieres vivir como un hombre libre, ¿no? Bueno, ¿adivina qué? ¡No voy a firmar los papeles del divorcio, y tú no recibirás nada, ni siquiera una parte!”.
“¡No puedes hacer eso, Natalia! ¡Si no firmas los papeles por tu propia voluntad, te obligaré de una u otra forma!”.
La mujer se rio. “¡Caramba, Juan! ¿Y qué vas a hacer? ¿Traer una amante a casa? ¿Piensas que eso me afectará? ¡Hace años que sé dé todas tus aventuras! Pero después de 47 años juntos, no estoy dispuesta a darte el divorcio. ¡Nunca!”.
“Bueno”. Juan hizo una pausa, mirando su reloj de pulsera. “No tengo más salida. Me voy de viaje a México en una hora, y estaré fuera por seis meses. Saqué casi todos los ahorros que teníamos en nuestra cuenta conjunta”.
“Veamos si accedes a divorciarte de mí voluntariamente y dividimos nuestro patrimonio, o encuentras cómo mantenerte sola. Siempre has sido ama de casa, así que no sé cómo lograrás salir adelante sin dinero”, dijo, burlándose de ella. “¡Espero con ansias estar en México!”.
“¿Qué? ¿Cómo hiciste algo así? ¡Esos también son mis ahorros, Juan! ¿Cómo te atreves a sacarlos sin discutirlo conmigo?”.
“Sabía que harías un alboroto por el divorcio. Te conozco demasiado bien, así que planeé todo cuidadosamente”, admitió el hombre sin remordimientos.
Dicho eso, Juan salió de la habitación, empacó sus cosas y se marchó, no sin antes dejar los papeles del divorcio sobre la mesa. “Si quieres evitarte problemas económicos a futuro, te sugiero que firmes de inmediato. De lo contrario, ¡tu vida podría convertirse en un infierno!”, añadió antes de irse.
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Natalia se echó a llorar cuando vio a Juan alejarse. Él no había sido el mejor compañero, y recientemente había descubierto que tenía aventuras con mujeres muy jóvenes. Pero ella no quería el divorcio.
Después de que sus hijos se mudaron, solo tenía a Juan a su lado. Así que, al descubrir sus infidelidades, había decidido guardar silencio. Confiaba que eventualmente las cosas mejorarían.
Eso nunca ocurrió, y ahora Juan le había dicho que quería divorciarse de ella y se había quedado con sus ahorros. Pero estaba decidida a no permitir que se saliera con la suya. Esta vez no.
Tres meses después…
Natalia estaba sentada en la sala de estar bebiendo té de frambuesa, cuando escuchó el timbre de la puerta. Quedó boquiabierta cuando vio a su esposo Juan allí.
“¿Qué estás haciendo aquí? ¡Te hacía disfrutando de la vida en México!”, dijo con malicia.
“¡Ay, Natalia! ¡Lo siento, lo siento mucho por lo que hice!”, rogó, poniéndose de rodillas. “¡Por favor perdóname! Dejarte fue un error. No debí haber hecho eso”.
Natalia estaba en shock. “Juan, ¿qué pasa? Está bien, cálmate. Entremos y hablemos, ¿de acuerdo?”.
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“¿Por dónde empiezo? Conocí a esta joven, Marlene”, comenzó a contarle Juan una vez que entraron. “Pasamos dos meses en México juntos… ¡Pero ella era una estafadora! ¡Me robó! Tomó todo mi dinero”, dijo.
“Vivíamos en su modesto departamento en México. Yo hacía todo por ella, incluso cocinar, limpiar y hasta cuidar a sus dos hijos. Estaba convencido de que me amaba…”, dijo con voz entrecortada.
“Nunca tuvimos intimidad y eso solo me hacía amarla más. Le creí cuando me dijo que quería esperar casarnos para que todo fuera perfecto, pero todo era falso… ¡solo quería el dinero!”.
“¡Dios mío!”, dijo Natalia. “Eso es terrible. ¿Sabes qué…?”, había comenzado a decir cuando sonó el timbre.
“Un momento, Juan. Déjame ver quién es”, dijo ella mientras caminaba hacia la puerta.
“¿Quién es, Natalia?”, preguntó Juan, mientras se acercaba a la puerta. “¿Qué haces aquí?”, exclamó sorprendido cuando vio a Marlene en su porche. “¡Natalia! ¡Ella es la mujer que me estafó! ¡La que se robó todo mi dinero!”.
Las dos mujeres intercambiaron miradas y se echaron a reír.
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“¡Lo sé, Juan! Conoce a Marly, o como dijiste, Marlene. Ella es la hija de mi amiga, y me ayudó a reunir pruebas contra mi esposo infiel”.
“Rastreé tu hotel en México y llamé a Marlene para que me ayudara. Todo fue una trampa, cariño, ¡y me alegra que hayas caído en ella!”.
“¿Qué?”, explotó Juan. “¡¿Hiciste todo esto a propósito?! ¡Te vas a arrepentir de esto, Natalia!”.
“No, Juan”, respondió Natalia. “Esta vez perdiste. ¡Toma tu equipaje y sal de mi casa de inmediato! ¡Y sí, me estoy divorciando de ti! ¡Y me aseguraré de que no recibas ni un solo centavo! ¡SAL DE MI CASA YA!”.
Juan tomó su equipaje y salió de la casa totalmente desconcertado. Natalia agradeció a Marly por su ayuda y juntas celebraron lo bien que había funcionado su plan.
Cuando, meses después, lograron concretar el divorcio, ambos habían reflexionado sobre lo ocurrido y pudieron hacer acuerdos amistosos que no perjudicaran a ninguno de los dos.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
El matrimonio es un compromiso entre dos personas y los problemas se resuelven con diálogos civilizados. La pareja de nuestra historia nunca intentó hablar de su situación, y ambos cayeron en amenazas y trampas tras cuatro décadas juntos.
Por muy doloroso que sea, el divorcio es una alternativa válida. Para Natalia, la posibilidad de vivir sin Juan era imposible de aceptar, al punto que prefería soportar sus infidelidades antes de quedarse sola. Sin embargo, la realidad es que su relación ya no era saludable.