EL GORDO UBER 🔴 LLamó a Bukele desde LA CARCEL y Terminó MUY MAL

El Gordo Úber: El Infame Pandillero que Desafió al Régimen de Bukele y Fracasó

Era una noche calurosa en San Salvador, de esas donde la tensión en las calles era palpable. Allí estaba El Gordo Úber, un reconocido cabecilla de la temida pandilla Barrio 18, recluido en una prisión local tras caer bajo el implacable régimen de excepción de Nayib Bukele. Su captura había sido celebrada como un golpe maestro contra las pandillas. Pero El Gordo, arrogante y con un ego del tamaño de sus múltiples tatuajes, no estaba dispuesto a quedarse encerrado.

En la víspera de su traslado al Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), la fortaleza donde los pandilleros son sometidos al rigor más extremo, El Gordo tramó su escape. Con una sonrisa llena de desprecio, sacó sus contactos bajo la manga y utilizó un puñado de billetes manchados de sangre para sobornar a dos agentes de la Policía Nacional Civil. Motivados por la avaricia, los agentes le abrieron las puertas de su celda. “Nadie encierra al Gordo Úber”, presumía mientras desaparecía en la oscuridad de la noche.

El pandillero huyó hacia Honduras, confiado en que había burlado al régimen que tanto temían sus compañeros. Pero lo que El Gordo ignoraba era que su fuga desataría la ira del hombre que tiene al país bajo su puño de hierro. Nayib Bukele, con el ceño fruncido y la mirada de un depredador, declaró en un mensaje a la nación: “Que quede claro: el que se atreva a burlarse de nuestra justicia será perseguido hasta el último rincón del planeta. Este cobarde no escapará.”

Bukele no perdió tiempo. Llamó personalmente a Xiomara Castro, presidenta de Honduras, y con su característica confianza le exigió colaboración. “Xiomara, bloquea tus fronteras. Este criminal debe pagar por sus crímenes en El Salvador,” ordenó. La presidenta, entendiendo que desafiar a Bukele sería una mala jugada, ordenó de inmediato un cerco de seguridad en su territorio.

Mientras tanto, El Gordo Úber, creyéndose invencible, se escondía en una choza mugrienta cerca de Tegucigalpa. Pero su regocijo duró poco. En cuestión de horas, un contingente de las fuerzas de seguridad hondureñas irrumpió en su escondite como un huracán. La arrogancia del pandillero se esfumó cuando lo esposaron en el suelo polvoriento. Intentó ofrecer sobornos, pero esta vez su suerte se había agotado.

Ahora, El Gordo Úber languidece en una prisión hondureña, esperando su extradición a El Salvador. Identificado como Ricky Alexander Zelaya Camacho, alias “Boxer Huber”, este criminal de más de 350 libras y 40 años de edad había vivido y entrenado en Los Ángeles, California, donde acumuló una gran experiencia delictiva. En Honduras, era el encargado de reclutar y capacitar pandilleros, utilizando su jerarquía en la estructura delictiva para organizar delitos en Tegucigalpa y San Pedro Sula. Su historial criminal incluía extorsión y tráfico de drogas, logrando recaudar cantidades millonarias de dinero.

Bukele, por su parte, no perdió la oportunidad de jactarse: “Hagan lo que hagan, no podrán escapar. El Salvador ya no es el patio de juegos de los pandilleros,” declaró en un discurso que dejó claro que ni la corrupción ni la fuga doblegarían su guerra contra el crimen.

El Último Banquete del Gordo Úber: La Venganza Silenciosa del Clan Bukele

En una celda lúgubre y helada de Honduras, El Gordo Úber se retorcía de rabia. Capturado tras una huida fallida, sabía que su tiempo se agotaba. Pero El Gordo no era de los que aceptaban su destino sin luchar. Con el poco dinero que le quedaba escondido, sobornó a un guardia de la prisión para realizar una llamada.

“Necesito hablar con Nayib Bukele,” dijo con una sonrisa maliciosa. Esa noche, desde un teléfono clandestino, marcó un número que nunca pensó que contestarían. Para su sorpresa, del otro lado de la línea, una voz firme y tranquila respondió: “Habla Nayib Bukele.”

Con toda la arrogancia que lo caracterizaba, El Gordo lanzó su amenaza: “Mira, Bukele, disfruta mientras puedas, porque cuando salga de aquí vos y tu familia van a pagar caro. Tengo hombres afuera que no van a descansar hasta verte muerto.”

Bukele no se inmutó. Con su calma característica y una pizca de sarcasmo, respondió: “Gracias por la llamada, Gordo. Vos sí que sabes cómo hacerme el día más interesante.”

Tras colgar, la mirada de Bukele se tornó gélida. Este no era un líder que tolerara desafíos, mucho menos de un pandillero. Activó de inmediato al “Clan Bukele”, compuesto por él y sus hermanos, estrategas de su implacable cruzada contra las pandillas. En cuestión de horas, trazaron un plan. Sabían que el talón de Aquiles del Gordo era su insaciable apetito.

“Si quiere tortillas, que las tenga,” dijo uno de los hermanos Bukele con una sonrisa irónica. Las autoridades hondureñas le premiaron con su comida favorita: tortillas rellenas de pollo. Pero lo que El Gordo desconocía era que aquellas tortillas estaban impregnadas con una sustancia especial, diseñada para actuar lenta pero letalmente.

Esa misma noche, frente a su bandeja, El Gordo sonrió como nunca. “Así se trata a un hombre como yo,” dijo antes de devorar cada bocado. Horas después, su cuerpo comenzó a traicionarlo. Un sudor frío recorrió su frente y un dolor agudo en el pecho lo hizo desplomarse. Desesperado, comprendió demasiado tarde que había caído en una trampa.

Mientras luchaba por respirar, un guardia se inclinó junto a él y le susurró al oído con una sonrisa cruel: “Este es un regalo del Clan Bukele.” En su último aliento, El Gordo Úber comprendió que sus amenazas no solo habían sido ignoradas, sino que habían sellado su destino.

En la distancia, Bukele y su clan celebraban en silencio. No fue necesario un disparo ni una confrontación directa, solo estrategia, paciencia y un plato servido con venganza. Así cayó El Gordo Úber, víctima de su propia soberbia y del hombre que no deja cabos sueltos. En el régimen de Bukele, ni la cárcel ni la distancia son refugio para los enemigos del Estado.

 

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