La tragedia que rodeó la muerte de Edgar Guzmán López, hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán, es un reflejo de las crueles realidades del mundo del narcotráfico, donde la lealtad y la vida humana son fácilmente sacrificadas por el poder. Edgar, con solo 22 años, perdió la vida en un ataque armado que ocurrió el 8 de mayo de 2008, en Culiacán, Sinaloa, cuando un error mortal por parte de su propio cartel, el Cártel de Sinaloa, acabó con su existencia.
El suceso se desencadenó cuando Edgar, su primo y un amigo llegaron a un estacionamiento del supermercado City Club en un barrio exclusivo. Lo que comenzó como una salida rutinaria para comprar alimentos se convirtió en una masacre cuando más de 20 sicarios llegaron en cinco camionetas y abrieron fuego sin piedad, disparando más de 500 balas. La confusión y el caos invadieron la escena, dejando a los tres jóvenes muertos en segundos. La versión más aceptada entre los analistas y miembros del Cártel apunta a un error fatal: los sicarios recibieron la orden de eliminar a un enemigo apodado “El Guacho”, pero la información estaba equivocada, y Edgar fue identificado como objetivo por error.
Este ataque, que no solo dejó tres vidas perdidas, también desató una serie de conflictos dentro del mismo Cártel de Sinaloa, evidenciando las complejidades y traiciones internas en una organización criminal. A pesar de su joven edad, la muerte de Edgar marcó un antes y un después en la historia del narcotráfico, pues su fallecimiento trajo consigo la desestabilización de uno de los cárteles más poderosos del mundo, evidenciando que incluso los miembros más cercanos al poder pueden ser víctimas de la violencia indiscriminada que ellos mismos generan.