La vida en prisión de Joaquín “El Chapo” Guzmán es una de las más severas y extremas que se pueda imaginar. Después de haber sido uno de los criminales más poderosos y temidos del mundo, ahora se encuentra pagando por sus crímenes en condiciones que han sido descritas como un auténtico infierno viviente. Este capó del narcotráfico, que alguna vez se creyó intocable, enfrenta un aislamiento brutal que desafía cualquier concepto de humanidad.
Su historia de escapes es famosa. En 1993, tras su primer arresto, logró escapar durante años mediante sobornos y utilizando un carrito de lavandería. Esta fuga le permitió seguir libre por 13 años, hasta que fue recapturado en 2014. Sin embargo, la saga no terminó ahí. En 2015, tras ser trasladado a una prisión de máxima seguridad, volvió a escapar mediante un túnel subterráneo, lo que dejó en evidencia la meticulosa planificación y el apoyo que tenía tanto dentro como fuera de las prisiones. Finalmente, después de meses de búsqueda, fue recapturado y extraditado a Estados Unidos, donde fue condenado a cadena perpetua en 2019.
Actualmente, El Chapo cumple su condena en el complejo de máxima seguridad ADX Florence en Colorado, considerado uno de los lugares más severos y controlados del mundo. La prisión tiene una capacidad para 500 internos, pero debido a su estricta política de seguridad, generalmente mantiene un número mucho menor. Cada uno de los reclusos vive en celdas que apenas miden 1 por 3 metros, donde pasan 23 horas al día sin contacto humano. La luz nunca se apaga, lo que altera su noción del tiempo, y sus interacciones con otros prisioneros están completamente restringidas. Las condiciones de su celda son tan extremas que incluso los objetos básicos, como el baño, son automáticos para evitar cualquier forma de contrabando o autolesión.
La única actividad que tiene El Chapo fuera de su celda es una hora diaria de ejercicio, pero incluso esta es supervisada de manera estricta y se realiza en un espacio reducido donde el prisionero no puede ver más allá de los muros. Además, tiene derecho a una llamada telefónica mensual de 15 minutos, pero esta no puede ser con cualquier persona, solo con un pequeño grupo autorizado.
Este tipo de reclusión no solo busca castigar, sino quebrar la mente y el espíritu del prisionero. En el caso de El Chapo, esta vida de aislamiento y privación total de libertad se ha convertido en su nueva realidad, una prisión de por vida, mucho más cruel que cualquier sentencia de muerte.