El Shock de Cazzu: La Traición y la Decisión de Luchar 🚨

Cazzu cerró los ojos, sintiendo cómo el dolor la atravesaba por completo. No solo la humillación de estar allí, esposada, acusada de algo tan grave, sino el profundo sentimiento de traición que la desgarraba por dentro. Recordó los días en que Cristian le sonreía con una calidez genuina, los momentos compartidos, su amor por la música, las largas conversaciones a la luz de la luna. ¿Cómo había llegado todo a esto? ¿En qué momento el amor y el respeto se convirtieron en una guerra silenciosa que ahora explotaba en su contra?

La idea de Inti, su pequeña, atrapada en medio de todo ese torbellino, le partía el corazón. La niña, con su sonrisa traviesa y las risas que llenaban la casa como un eco de pura inocencia… Pensar que alguien pudiera siquiera imaginar que le haría daño la desgarraba por dentro.

No voy a quedarme de brazos cruzados, murmuró para sí misma, mientras su voz, quebrada, recuperaba una pizca de fortaleza. Levantó la vista hacia el oficial, y aunque sus ojos seguían brillando con las lágrimas que aún no había dejado caer, también reflejaban la determinación. Lucharé por mi hija, y demostraré que todo esto es una mentira.

El oficial levantó la mirada de sus papeles y asintió sin decir una palabra, como si estuviera acostumbrado a escuchar promesas de inocencia y súplicas desesperadas. Pero Cazzu sabía que lo suyo no era una súplica. Era una promesa firme, un juramento a su hija y a sí misma. El aire en la sala se sentía pesado, y la noche que cubría la ciudad se volvía testigo mudo de un dolor y una batalla que apenas comenzaba.

Mientras el eco de la conversación se desvanecía, Cazzu sintió como la lucha por la verdad y por Inti se convertía en su nueva realidad. Una lucha que no estaba dispuesta a perder. Esto no iba a quedar así.

En otro lugar, Cristian Nodal colgaba el teléfono en su casa de Texas. Sus dedos temblaban al dejar caer el aparato sobre la mesa. Las últimas palabras de Cazzu resonaban en su mente como un eco de advertencia. ¿Cómo había llegado a este punto? Imágenes de las noches secretas con Alejandra de la Cruz, la fan con la que había tenido un fugaz romance, lo golpearon como cuchillos. Sabía que Cazzu no bromeaba. Las consecuencias de que esas imágenes salieran a la luz podían destruirlo todo: su carrera, su imagen pública, cualquier oportunidad de reconciliación con Ángela.

En un impulso, se levantó y tomó las llaves de su coche. Pero antes de salir, Ángela, que había estado en la sala adyacente y había escuchado parte de la conversación, lo interceptó. ¿A dónde vas a estas horas? ¿Qué está pasando? preguntó, sus ojos llenos de preocupación.

Cristian la miró, una mezcla de pánico y culpabilidad reflejada en su rostro. Amor, necesito arreglar algo. Es complicado, pero tengo que irme ahora mismo. Por favor, confía en mí.

Ángela lo observó en silencio, y una sombra de sospecha comenzó a formarse en su mente. ¿Tiene que ver con Inti? Cristian, dime la verdad. Ya no podemos permitirnos más secretos.

Cristian suspiró, la culpa acumulándose como un peso insoportable en su pecho. Sí, tiene que ver con Inti y con Cazzu. Hice algo que pensé que nos beneficiaría a todos, pero salió mal. Necesito solucionarlo antes de que empeore.

Ángela lo miró con una mezcla de decepción y preocupación, sus ojos buscando una respuesta. Cristian, sea lo que sea, no olvides que la verdad siempre sale a la luz. No hagas algo de lo que te arrepientas para siempre.

Cristian asintió, sintiendo las palabras de Ángela penetrar en su conciencia como una daga. Sin decir más, salió y cerró la puerta, dejando a Ángela con una sensación de vacío y duda que no podía ignorar.

La comisaría de Nuevo México estaba en silencio cuando Cristian llegó. Las luces parpadeaban débilmente en el exterior, y el aire frío de la noche le daba un tinte casi surrealista al lugar. Con cada paso que daba en el pasillo, el peso de sus decisiones lo aplastaba más. Al llegar a la pequeña sala donde Cazzu lo esperaba, la vio sentada en una silla metálica, las manos esposadas frente a ella, con una mirada que podría perforar el acero.

Así que te has dignado a venir, dijo Cazzu, su voz cargada de sarcasmo y dolor. Sus ojos oscuros se clavaron en los de él, buscando algún vestigio de arrepentimiento.

Cristian se quedó en silencio por un momento, observando a la madre de su hija, la mujer con la que alguna vez compartió sueños y promesas. Verla allí, en esa situación, le hizo un nudo en la garganta que apenas pudo disimular. Vine porque sé que lo que hice estuvo mal. No voy a justificarme, pero vine a arreglar esto.

Cazzu lo miró, su furia y tristeza se reflejaban en su rostro. Arreglar esto, Cristian. Has jugado con la vida de tu hija y con la mía. Has mentido, has manipulado… ¿Sabes lo que eso significa? No solo para mí, sino para ella. ¿De verdad creías que esto te haría un mejor padre?

El silencio que siguió fue aplastante. Cristian bajó la cabeza, incapaz de sostener la mirada de Cazzu. Sabía que no había excusas suficientes para justificar lo que había hecho. Había actuado movido por el miedo, el ego y una desesperación que ahora le parecían patéticas. Voy a retirar la denuncia, dijo al fin, con voz apenas audible. Voy a hacerlo porque tienes razón. Me equivoqué, y no quiero que Inti sufra por mis errores.

Cazzu dejó escapar un suspiro, y un destello de alivio cruzó por su rostro, pero su voz siguió siendo firme. Más te vale que cumplas con tu palabra, Cristian. Y que nunca vuelvas a ponerme a mí ni a nuestra hija en una situación como esta.

Cristian asintió, incapaz de decir más. Las consecuencias de sus actos se desplegaban ante él, una maraña de errores y decisiones impulsivas que había construido con sus propias manos. Y aunque esa noche prometía ser larga, sabía que lo que comenzaba en esa comisaría era solo el principio de una larga lucha por redimirse… una que quizás nunca podría ganar del todo.

Cazzu, por su parte, no podía dejar de pensar en el daño que Cristian le había causado. Maldito seas, Cristian, murmuró entre dientes, su voz apenas un susurro, pero con una carga de furia y dolor incontrolable. Has cruzado la línea, y no sé cómo voy a contenerme cuando te tenga enfrente.

Aunque la furia la desbordaba, sabía que debía mantener la calma. No podía permitir que una explosión de ira complicara aún más las cosas. Pero dentro de ella, la promesa de venganza comenzaba a tomar forma. Quería que Cristian entendiera que sus acciones tenían consecuencias, y que nadie, absolutamente nadie, la pisoteara sin enfrentar la respuesta. Te prometo que pagarás por esto. No me quedaré de brazos cruzados, murmuró mientras las luces frías de la comisaría se reflejaban en sus ojos llenos de determinación.

El comisario entró y, con una mirada seria, le informó que pronto podría hablar con su abogado y que su situación se revisaría a la mañana siguiente. Cazzu asintió, conteniendo la rabia y las lágrimas no derramadas. Esto no ha terminado. Su lucha apenas comenzaba, y no descansaría hasta que la verdad saliera a la luz.